martes, 25 de agosto de 2015

"TROPEZANDO VARIAS VECES CON LA MISMA PIEDRA" (Parte I) Por Carlos G. Hernández R.

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"DESDE MI GUATEQUE"
¡PRIMERO MUERTO QUE CACATÚO!
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TROPEZANDO VARIAS VECES CON LA

 MISMA PIEDRA

Por Carlos G. Hernández R.


Parte I

En relación con las próximas Elecciones Legislativas en Venezuela
Ante la actual situación de absoluto control de las instituciones democráticas por parte del actual régimen castro chavista, entre ellos, el mal llamado Poder Electoral, son pocas las opciones que tenemos aquellos venezolanos que no queremos seguir viviendo bajo un gobierno oprobioso,  destructor de la economía nacional y de la propia sociedad venezolana. Una de esas opciones es renunciar a este desastre y largarnos a otro sitio donde podamos vivir con cierta tranquilidad y podamos ofrecer mayores y mejores opciones a nuestros hijos. Otra opción es abandonar la lucha y dejar que las cosas fluyan con su actual dinámica, mientras nosotros tratamos de vivir lo mejor que podamos, adaptándonos a las terribles vicisitudes existenciales, que cada día serán peores, y cada vez, más duras. ¿Existe alguna otra opción? ¿Cuál es la mejor opción? Veamos:
¿Hemos de abandonar, por ilusorios y vanos, los sueños de desenvolvimiento, de bienestar y de paz con que, desde la infancia,  nos han alimentado a la mayoría de los venezolanos? ¿Es este el destino que le reservaba el porvenir a la nación que dio  inició a las guerras de emancipación hispanoamericana y la que pagó el más alto precio por la conquista de la libertad en Suramérica? 
¿Hemos de abandonar, por ilusorios y vanos, los sueños de desenvolvimiento, de bienestar y de paz con que, desde la infancia,  nos han alimentado a la mayoría de los venezolanos? ¿Es este el destino que le reservaba el porvenir a la nación que dio  inició a las guerras de emancipación hispanoamericana y la que pagó el más alto precio por la conquista de la libertad en Suramérica? 
Venezuela es un país lleno de posibilidades, pero también lleno de contradicciones. También su sociedad es altamente contradictoria y especialmente heterogénea en su manera de pensar.  La población venezolana no es uniforme. Tanto en su fenotipo como en la forma de pensar. Somos una mezcla de razas que, debido a las circunstancias especiales por las que debimos pasar en nuestro camino como nación, hemos conformado un pueblo lleno de virtudes y defectos que, pese a todo, creíamos tener un porvenir definido que nos llevaría, algún día, a convertirnos en una gran nación. Como mínimo, eso fue lo que pensaron los principales Padres de la Patria. Algunos de nosotros aún soñamos con un porvenir grande y luminoso para Venezuela y sus hijos. Un porvenir que nos permitiera sentir orgullo de poseer el gentilicio venezolano. Sin embargo, desde hace diecisiete años hemos padecido los embates de un gobierno de incompetente e incapaces conformado por un grupo de hombres y mujeres que parecen desear que renunciemos a esos hermosos sueños de paz, libertad y desarrollo.
Pero, ¿acaso alguna vez se concedió el triunfo a quien no sabe perseverar en el empeño? ¿Hemos de abandonar nuestro suelo a las devastaciones de la barbarie, mantener nuestros numerosos ríos navegables abandonados a las aves acuáticas y a los animales salvajes? ¿Hemos de dejar nuestras extensas y hermosas playas bañadas por el sol caribeño, y acariciadas por las suaves brisas marinas al son del vaivén de palmeras y cocotales? En vez de estar destruyendo el aparato productivo nacional y alejando a la inversión extranjera, debemos convocar al venezolano a abocarse al trabajo productivo y creador de riqueza y a la ciencia y a la industria foránea para que acudan en nuestro auxilio, para que vengan a asentarse en medio de nosotros, libre la una, de toda traba puesta al pensamiento y al trabajo; segura la otra, de toda violencia y de toda coacción.
Pero, ¡este porvenir no se renuncia así nada más! No se renuncia porque un ejército de muchos hombres guarde la entrada de la guarida de los delincuentes y malvados. No se renuncia porque la fortuna haya favorecido a un tirano durante largos y pesados años. La fortuna es ciega, y el día que no acierte a encontrar a su favorito o al heredero de su favorito, entre el denso humo y la polvareda sofocante de las vicisitudes de la vida nacional, ¡adiós tirano!, ¡adiós tiranía! No se renuncia porque todas las brutales e ignorantes tradiciones casi coloniales, hayan podido más, en un momento de extravío, en el ánimo de masas incultas políticamente hablando y con gran atraso en su desarrollo psicosocial. No hay que olvidar que  las convulsiones políticas aportan, también, la experiencia y la luz, y es ley de la humanidad que los intereses nuevos, las ideas fecundas y el progreso, superen finalmente las tradiciones envejecidas, los hábitos ignorantes y las preocupaciones estacionarias. No se renuncia al hermoso porvenir porque en un pueblo hayan millares de hombres candorosos que confundieron el mal con el bien, o millares de hombres malvados que tomaron, y toman, el mal por bien, o millares de hombres egoístas que sacan del mal, su provecho personal, o millares de hombres apáticos e indiferentes que miran y conocen el mal, y  lo ven sin interesarse y además se conforman con asumir la actitud del avestruz, o millares de hombres timoratos que, escasos de valor, no se atreven a combatirlo o alzar su voz de protesta, corrompidos en fin, que no conociendo virtudes, se entregan al mal por natural inclinación, o por depravación, o por indiferencia. No se renuncia porque en el país no solo hay presos políticos, sino también venezolanos inhabilitados en forma abusiva e ilegal para competir en elecciones de cualquier tipo. Eso no solo significa una violación a los derechos políticos de esos connacionales, sino también una violación al derecho de los venezolanos a elegirlos como su representante en la Asamblea Nacional. No se renuncia debido a la inexistencia de medios de comunicación, libres e independientes. Desde el inicio mismo de su mandato, con el embalsamado al frente, y ahora con su ignorante y procaz heredero dirigiendo el desastre, el régimen bolivariano ha creado un sistema de hegemonía comunicacional a través del cierre de medios, la persecución a periodistas y dueños de medios, la cancelación de licencias, o la compra de grandes medios por parte de los “boliburgueses” que actúan como agentes del gobierno o como “mamparas” de sus enriquecidos funcionarios. No se renuncia porque ya no existen canales de televisión o medios impresos de alcance nacional disponibles para la oposición. En este contexto, hacer cualquier campaña política, o institucional, y hacer llegar su mensaje a la gente, es una tarea casi imposible.  No se renuncia a la lucha debido a que aún seamos un pueblo semi bárbaro, semi atrasado, e históricamente fiel seguidor y admirador del caudillismo, un pueblo que en medio de su ignorancia o ingenuidad, aún permanece dispuesto a escuchar cantos de sirenas, sin importar quién los entone. No se renuncia a nuestros derechos por la circunstancia de que a pesar de  ser un pueblo que profesa, hasta el fanatismo, el culto al valor personal, tengamos unos dirigentes políticos opositores mediocres, vacíos, sin capacidad de convocatoria, acobardados, e incapaces de haber revertido —tras casi diecisiete años de desgracias y desatinos de un régimen tiránico como el que padecemos actualmente—, el rumbo de nuestro país.
De todo esto, siempre ha habido en todos los pueblos del mundo, pero no hay que olvidar que casi  nunca, el mal ha triunfado definitivamente. Sólo hay pocos casos que contradicen tal aseveración.  Tampoco se renuncia porque los demás pueblos americanos no puedan, o no quieran prestarnos su ayuda, porque sus gobiernos no ven de lejos sino el brillo del dinero en el poder organizado, y no distinguen, en la oscuridad humilde y desamparada de las luchas sociales por el rescate de los valores democráticos,  las grandes aspiraciones nacional que están forcejeando por desarrollarse en medio de tan difíciles circunstancias. No se renuncia porque los pueblos en masa, dirigidos por gobiernos genuflexos ante el poder del dinero, nos den la espalda a causa de que nuestras miserias y nuestra grandeza están demasiado lejos de su vista para que alcancen a conmoverlos. ¡No!  Por ese cúmulo de contradicciones y dificultades, no se renuncia a un porvenir tan inmenso, a una misión tan elevada como la salvación de la patria venezolana, el rescate de la Democracia y el rescate de los valores humanos en nuestro país. Las dificultades se vencen, las contradicciones se acaban a fuerza de contradecirlas. Queremos y deseamos un país verdaderamente libre y soberano.
Venezuela sufrió una dramática transformación.  Pero este cambio, lejos de ser un paso hacia adelante, fue una carrera hacia atrás, hacia el pasado, o algo peor. Desde el siglo XVI hasta inicios del siglo XIX fuimos colonia de uno de los países más poderosos de ese entonces. Hoy, gracias a la labor entreguista de un ser oscuro y despreciable, somos, para nuestra vergüenza,  colonia de una pequeña y miserable isla olvidada en medio del  Mar Caribe. Una isla con muchas menos opciones y pretensiones de las que nosotros podríamos habernos vanagloriarnos como país.
La naturaleza amable, dicharachera, trabajadora y pujante del venezolano ha venido siendo transformada radicalmente por la nefasta labor de un hombre y sus cortesanos secuaces.  Ahora, nuestra naturaleza —mostrada en las campañas publicitarias del oficialismo— es predominantemente campestre, ordinaria, ignorante, atrasada y bárbara.  La labor destructiva de un hombre cambióse, en esta metamorfosis, en arte, en sistema y en una política de Estado capaz de presentarse ante el mundo , como el modo de ser de un pueblo encarnado en un hombre que ha aspirado a tomar los aires  de un genio que domina los acontecimientos, los hombres y las cosas.  Este malvado y destructor sistema recibió, en su momento, los elogios más encendidos por parte de las encumbradas figuras políticas de la izquierda europea y americana, que el dinero, y los aportes financieros a organismos internacionales y partidos políticos de otros países, pudiera pagar.
El embalsamado, un humilde provinciano, con evidentes característica de poseer una personalidad psicópata, convencido de que había sido elegido por los dioses para ocupar un lugar superior dentro de la especie humana; un oscuro militar de carrera, sin mayores méritos académicos ni militares, que había ido dando tumbos por diversas vocaciones hasta que ingresó en el ejército y se hizo paracaidista, una carrera intelectualmente sencilla, socialmente segura y con una apreciable escala salarial y, especialmente, reconocimiento social, tuvo, entre sus principales características, ser un hombre señaladamente cobarde, bárbaro, embaucador,  falso, vengativo, y con grandes carencias afectivas, pero con una gran virtud: ser un consumado impostor de labia fácil, que supo lidiar y sobreponerse a todas las vicisitudes que se le atravesaron en el camino a su encumbramiento personal y a la consolidación de su omnímodo poder. Esta virtud, que muchos quieren ver como propia del espantadizo hijo de Sabaneta, tuvo su génesis, o mejor dicho, su base de sustentación, en una serie de factores que jugaron a favor de tan lamentable personaje: una inesperada y gigantesca  riqueza como nunca antes hubo en la historia de este país, y especialmente,  en el asesoramiento, y la nunca bien ponderada guía, de un viejo zorro de la política latinoamericana, el más hábil y consumado político que ha nacido en esta parte del mundo. Un hombre que se ha mantenido como dueño absoluto de su empobrecida isla caribeña por más de medio siglo, pese a los esfuerzos que, contra él y su gobierno, han realizado algunos gobiernos de la nación más poderosa del planeta.
Muchos de los admiradores del ahora miembro de la espiritual Corte Africana, incluso, algunos advenedizos que se hicieron pasar como sus adversarios, prestos a levantarle templos y altares de adoración en todo el territorio nacional, le otorgaron cualidades especiales como el de haber sido un hombre poseedor de un espíritu calculador, con extraordinario olfato político, que hacía el mal sin pasión y era capaz de organizar el despotismo con toda la inteligencia de un Maquiavelo tropical. Sin embargo, aún corriendo el riesgo de parecer injustos, debemos insistir que tales características realmente no existieron en un personaje con un historial personal oscuro, mediocre y de poca monta. El resultado  y manifestaciones de estas presuntas cualidades se debieron, absolutamente, a las ejecuciones, a pie juntillas, de los mandatos y orientaciones dictadas por su padrino —y en sus últimos años: guía espiritual y apoderado—: el celebrado gobernante antillano.
En los altares de adoración que se le han levantado en el sentir de un numeroso grupo de venezolanos, se le tiene como un hombre grande y noble. Y en medio de sus ignorancias y vilezas, sus cortesanos tienen  razón: el vil hombre ha sido grande para ellos, y en la misma proporción, también ha sido grande para la vergüenza de nuestra patria. No es fácil hallar una explicación sencilla a nuestra tragedia, sin tocar las fibras más íntimas del sentir venezolano. Y esta tragedia nace en el incuestionable hecho de que tal sujeto encontró, en esos millares de seres degradados que se uncieron a su victorioso carro, el apoyo que necesitaba para  llevar  nuestro país, con pasos lentos, pero firmes, por el camino del despeñadero. Venezolanos enceguecidos o ilusionados, de todos los estratos y posiciones, se prestaron para tirar del  lujoso carromato del nuevo caudillo y arrastrarlo por encima del bienestar del pueblo venezolano, de la destrucción de los valores de la sociedad venezolana, de la destrucción de la economía de un país y especialmente, de numerosos cadáveres de seres humanos que perdieron la vida a consecuencia de su cruenta e infausta intentona de Golpe de Estado del 4 de febrero, y  posteriormente, a manos de la criminalidad desatada  con apoyos y estímulos oficiales durante estos 17 años de desgracias y de penurias.
La grandeza histórica del embalsamado (algunos lo llaman el difunto), fue tal, que supo labrarse un puesto en la historia universal de los hechos increíbles: cual Cid tropical, firmó decretos y dictó resoluciones después de haberse presentado a las puertas del infierno solicitando su ubicación en una de las pailas donde crujen los dientes y el llanto es eterno. Su muerte, irreparable, representó un gran dolor físico y espiritual para sus seguidores, adláteres, paniaguados y cortesanos, quienes ahora reclaman al Dios Creador el haberles arrebatado a su segundo unigénito, el casi igualador de las glorias del mismo Jesús. El eterno embalsamado falleció pese a los esfuerzos de los médicos antillanos. Sin embargo, algunos comentarios de sus oligarcas opositores, ésta también pudo haber ocurrido en el tiempo y fecha convenientes para aquel genio de la política latinoamericana que, apercibido de las circunstancias políticas venideras, maniobró hábilmente para asegurarse de que este oportuno hecho ocurriera sólo después de asegurarse de que la elección del hombre que sucediera al moribundo en la presidencia de nuestro país, fuera el adecuado para sus propios intereses.
Nunca deberíamos olvidar que el famoso embalsamado, hombre bajo y rastrero, fue un celebrado botarate que, amparado en el omnímodo poder de una súbita y fácil riqueza que no le perteneció, disfrutó ampliamente de los placeres mundanos: viajó  con gran boato por todos los pueblos de Europa y de América, comprando a manos llenas plumas banales y fratricidas que le permitieran justificarse ante los pueblos del mundo, para que la prensa extranjera defendiera la labor del hombre malvado que había encadenado a la prensa de su propio país. De su vulgar heredero, ni siquiera vale la pena hacer referencia a semejante esperpento personaje de la política venezolana. Lamentablemente, según El Libertador, “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”  
Lamentablemente, según El Libertador, “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”.


¡AHORA LE CORRESPONDE A USTED, DECIDIR  CUÁL ES LA MEJOR OPCIÓN!


Por mi parte, le aseguro que ésta es mi bandera:




......    Continuará

Si les interesa leer una interesante historia novelada acerca del tema tratado en esta página, lea la novela "CLEPTOCRACIA EN LA SELVA" de Carlos G. Hernández R.


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