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"DESDE MI GUATEQUE"
¡PRIMERO MUERTO QUE CACATÚO!
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TROPEZANDO VARIAS VECES CON LA
MISMA PIEDRA
Por Carlos G. Hernández R.
Parte I
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MISMA PIEDRA
Por Carlos G. Hernández R.
Parte I
En relación con las próximas Elecciones Legislativas en Venezuela
Ante la
actual situación de absoluto control de las instituciones democráticas por
parte del actual régimen castro chavista, entre ellos, el mal llamado Poder
Electoral, son pocas las opciones que tenemos aquellos venezolanos que no
queremos seguir viviendo bajo un gobierno oprobioso, destructor de la economía nacional y de la
propia sociedad venezolana. Una de esas opciones es renunciar a este desastre y
largarnos a otro sitio donde podamos vivir con cierta tranquilidad y podamos
ofrecer mayores y mejores opciones a nuestros hijos. Otra opción es abandonar
la lucha y dejar que las cosas fluyan con su actual dinámica, mientras nosotros
tratamos de vivir lo mejor que podamos, adaptándonos a las terribles
vicisitudes existenciales, que cada día serán peores, y cada vez, más duras.
¿Existe alguna otra opción? ¿Cuál es la mejor opción? Veamos:
¿Hemos de
abandonar, por ilusorios y vanos, los sueños de desenvolvimiento, de bienestar
y de paz con que, desde la infancia, nos
han alimentado a la mayoría de los venezolanos? ¿Es este el destino que le
reservaba el porvenir a la nación que dio
inició a las guerras de emancipación hispanoamericana y la que pagó el
más alto precio por la conquista de la libertad en Suramérica?
¿Hemos de
abandonar, por ilusorios y vanos, los sueños de desenvolvimiento, de bienestar
y de paz con que, desde la infancia, nos
han alimentado a la mayoría de los venezolanos? ¿Es este el destino que le
reservaba el porvenir a la nación que dio
inició a las guerras de emancipación hispanoamericana y la que pagó el
más alto precio por la conquista de la libertad en Suramérica?
Venezuela es
un país lleno de posibilidades, pero también lleno de contradicciones. También
su sociedad es altamente contradictoria y especialmente heterogénea en su
manera de pensar. La población
venezolana no es uniforme. Tanto en su fenotipo como en la forma de pensar.
Somos una mezcla de razas que, debido a las circunstancias especiales por las que
debimos pasar en nuestro camino como nación, hemos conformado un pueblo lleno
de virtudes y defectos que, pese a todo, creíamos tener un porvenir definido
que nos llevaría, algún día, a convertirnos en una gran nación. Como mínimo,
eso fue lo que pensaron los principales Padres de la Patria. Algunos de
nosotros aún soñamos con un porvenir grande y luminoso para Venezuela y sus
hijos. Un porvenir que nos permitiera sentir orgullo de poseer el gentilicio
venezolano. Sin embargo, desde hace diecisiete años hemos padecido los embates
de un gobierno de incompetente e incapaces conformado por un grupo de hombres y
mujeres que parecen desear que renunciemos a esos hermosos sueños de paz,
libertad y desarrollo.
Pero, ¿acaso
alguna vez se concedió el triunfo a quien no sabe perseverar en el empeño?
¿Hemos de abandonar nuestro suelo a las devastaciones de la barbarie, mantener
nuestros numerosos ríos navegables abandonados a las aves acuáticas y a los
animales salvajes? ¿Hemos de dejar nuestras extensas y hermosas playas bañadas
por el sol caribeño, y acariciadas por las suaves brisas marinas al son del
vaivén de palmeras y cocotales? En vez de estar destruyendo el aparato
productivo nacional y alejando a la inversión extranjera, debemos convocar al
venezolano a abocarse al trabajo productivo y creador de riqueza y a la ciencia
y a la industria foránea para que acudan en nuestro auxilio, para que vengan a
asentarse en medio de nosotros, libre la una, de toda traba puesta al
pensamiento y al trabajo; segura la otra, de toda violencia y de toda coacción.
Pero, ¡este
porvenir no se renuncia así nada más! No se renuncia porque un ejército de
muchos hombres guarde la entrada de la guarida de los delincuentes y malvados.
No se renuncia porque la fortuna haya favorecido a un tirano durante largos y
pesados años. La fortuna es ciega, y el día que no acierte a encontrar a su
favorito o al heredero de su favorito, entre el denso humo y la polvareda
sofocante de las vicisitudes de la vida nacional, ¡adiós tirano!, ¡adiós
tiranía! No se renuncia porque todas las brutales e ignorantes tradiciones casi
coloniales, hayan podido más, en un momento de extravío, en el ánimo de masas
incultas políticamente hablando y con gran atraso en su desarrollo psicosocial.
No hay que olvidar que las convulsiones
políticas aportan, también, la experiencia y la luz, y es ley de la humanidad
que los intereses nuevos, las ideas fecundas y el progreso, superen finalmente
las tradiciones envejecidas, los hábitos ignorantes y las preocupaciones
estacionarias. No se renuncia al hermoso porvenir porque en un pueblo hayan
millares de hombres candorosos que confundieron el mal con el bien, o millares
de hombres malvados que tomaron, y toman, el mal por bien, o millares de
hombres egoístas que sacan del mal, su provecho personal, o millares de hombres
apáticos e indiferentes que miran y conocen el mal, y lo ven sin interesarse y además se conforman
con asumir la actitud del avestruz, o millares de hombres timoratos que, escasos
de valor, no se atreven a combatirlo o alzar su voz de protesta, corrompidos en
fin, que no conociendo virtudes, se entregan al mal por natural inclinación, o
por depravación, o por indiferencia. No se renuncia porque en el país no solo
hay presos políticos, sino también venezolanos inhabilitados en forma abusiva e
ilegal para competir en elecciones de cualquier tipo. Eso no solo significa una
violación a los derechos políticos de esos connacionales, sino también una
violación al derecho de los venezolanos a elegirlos como su representante en la
Asamblea Nacional. No se renuncia debido a la inexistencia de medios de
comunicación, libres e independientes. Desde el inicio mismo de su mandato, con
el embalsamado al frente, y ahora con su ignorante y procaz heredero dirigiendo
el desastre, el régimen bolivariano ha creado un sistema de hegemonía
comunicacional a través del cierre de medios, la persecución a periodistas y
dueños de medios, la cancelación de licencias, o la compra de grandes medios
por parte de los “boliburgueses” que actúan como agentes del gobierno o como
“mamparas” de sus enriquecidos funcionarios. No se renuncia porque ya no
existen canales de televisión o medios impresos de alcance nacional disponibles
para la oposición. En este contexto, hacer cualquier campaña política, o institucional,
y hacer llegar su mensaje a la gente, es una tarea casi imposible. No se renuncia a la lucha debido a que aún
seamos un pueblo semi bárbaro, semi atrasado, e históricamente fiel seguidor y
admirador del caudillismo, un pueblo que en medio de su ignorancia o
ingenuidad, aún permanece dispuesto a escuchar cantos de sirenas, sin importar
quién los entone. No se renuncia a nuestros derechos por la circunstancia de
que a pesar de ser un pueblo que
profesa, hasta el fanatismo, el culto al valor personal, tengamos unos
dirigentes políticos opositores mediocres, vacíos, sin capacidad de
convocatoria, acobardados, e incapaces de haber revertido —tras casi diecisiete
años de desgracias y desatinos de un régimen tiránico como el que padecemos
actualmente—, el rumbo de nuestro país.
De todo esto,
siempre ha habido en todos los pueblos del mundo, pero no hay que olvidar que
casi nunca, el mal ha triunfado
definitivamente. Sólo hay pocos casos que contradicen tal aseveración. Tampoco se renuncia porque los demás pueblos
americanos no puedan, o no quieran prestarnos su ayuda, porque sus gobiernos no
ven de lejos sino el brillo del dinero en el poder organizado, y no distinguen,
en la oscuridad humilde y desamparada de las luchas sociales por el rescate de
los valores democráticos, las grandes
aspiraciones nacional que están forcejeando por desarrollarse en medio de tan
difíciles circunstancias. No se renuncia porque los pueblos en masa, dirigidos
por gobiernos genuflexos ante el poder del dinero, nos den la espalda a causa
de que nuestras miserias y nuestra grandeza están demasiado lejos de su vista
para que alcancen a conmoverlos. ¡No!
Por ese cúmulo de contradicciones y dificultades, no se renuncia a un
porvenir tan inmenso, a una misión tan elevada como la salvación de la patria
venezolana, el rescate de la Democracia y el rescate de los valores humanos en
nuestro país. Las dificultades se vencen, las contradicciones se acaban a
fuerza de contradecirlas. Queremos y deseamos un país verdaderamente libre y soberano.
Venezuela
sufrió una dramática transformación.
Pero este cambio, lejos de ser un paso hacia adelante, fue una carrera
hacia atrás, hacia el pasado, o algo peor. Desde el siglo XVI hasta inicios del
siglo XIX fuimos colonia de uno de los países más poderosos de ese entonces.
Hoy, gracias a la labor entreguista de un ser oscuro y despreciable, somos,
para nuestra vergüenza, colonia de una
pequeña y miserable isla olvidada en medio del
Mar Caribe. Una isla con muchas menos opciones y pretensiones de las que
nosotros podríamos habernos vanagloriarnos como país.
La naturaleza
amable, dicharachera, trabajadora y pujante del venezolano ha venido siendo
transformada radicalmente por la nefasta labor de un hombre y sus cortesanos
secuaces. Ahora, nuestra naturaleza
—mostrada en las campañas publicitarias del oficialismo— es predominantemente
campestre, ordinaria, ignorante, atrasada y bárbara. La labor destructiva de un hombre cambióse,
en esta metamorfosis, en arte, en sistema y en una política de Estado capaz de
presentarse ante el mundo , como el modo de ser de un pueblo encarnado en un
hombre que ha aspirado a tomar los aires
de un genio que domina los acontecimientos, los hombres y las cosas. Este malvado y destructor sistema recibió, en
su momento, los elogios más encendidos por parte de las encumbradas figuras
políticas de la izquierda europea y americana, que el dinero, y los aportes
financieros a organismos internacionales y partidos políticos de otros países,
pudiera pagar.
El
embalsamado, un humilde provinciano, con evidentes característica de poseer una
personalidad psicópata, convencido de que había sido elegido por los dioses
para ocupar un lugar superior dentro de la especie humana; un oscuro militar de
carrera, sin mayores méritos académicos ni militares, que había ido dando
tumbos por diversas vocaciones hasta que ingresó en el ejército y se hizo
paracaidista, una carrera intelectualmente sencilla, socialmente segura y con
una apreciable escala salarial y, especialmente, reconocimiento social, tuvo, entre
sus principales características, ser un hombre señaladamente cobarde, bárbaro,
embaucador, falso, vengativo, y con
grandes carencias afectivas, pero con una gran virtud: ser un consumado
impostor de labia fácil, que supo lidiar y sobreponerse a todas las vicisitudes
que se le atravesaron en el camino a su encumbramiento personal y a la
consolidación de su omnímodo poder. Esta virtud, que muchos quieren ver como
propia del espantadizo hijo de Sabaneta, tuvo su génesis, o mejor dicho, su
base de sustentación, en una serie de factores que jugaron a favor de tan
lamentable personaje: una inesperada y gigantesca riqueza como nunca antes hubo en la historia
de este país, y especialmente, en el
asesoramiento, y la nunca bien ponderada guía, de un viejo zorro de la política
latinoamericana, el más hábil y consumado político que ha nacido en esta parte
del mundo. Un hombre que se ha mantenido como dueño absoluto de su empobrecida
isla caribeña por más de medio siglo, pese a los esfuerzos que, contra él y su gobierno,
han realizado algunos gobiernos de la nación más poderosa del planeta.
Muchos de los
admiradores del ahora miembro de la espiritual Corte Africana, incluso, algunos
advenedizos que se hicieron pasar como sus adversarios, prestos a levantarle
templos y altares de adoración en todo el territorio nacional, le otorgaron
cualidades especiales como el de haber sido un hombre poseedor de un espíritu
calculador, con extraordinario olfato político, que hacía el mal sin pasión y
era capaz de organizar el despotismo con toda la inteligencia de un Maquiavelo
tropical. Sin embargo, aún corriendo el riesgo de parecer injustos, debemos
insistir que tales características realmente no existieron en un personaje con
un historial personal oscuro, mediocre y de poca monta. El resultado y manifestaciones de estas presuntas
cualidades se debieron, absolutamente, a las ejecuciones, a pie juntillas, de
los mandatos y orientaciones dictadas por su padrino —y en sus últimos años:
guía espiritual y apoderado—: el celebrado gobernante antillano.
En los
altares de adoración que se le han levantado en el sentir de un numeroso grupo
de venezolanos, se le tiene como un hombre grande y noble. Y en medio de sus
ignorancias y vilezas, sus cortesanos tienen
razón: el vil hombre ha sido grande para ellos, y en la misma
proporción, también ha sido grande para la vergüenza de nuestra patria. No es
fácil hallar una explicación sencilla a nuestra tragedia, sin tocar las fibras
más íntimas del sentir venezolano. Y esta tragedia nace en el incuestionable
hecho de que tal sujeto encontró, en esos millares de seres degradados que se
uncieron a su victorioso carro, el apoyo que necesitaba para llevar
nuestro país, con pasos lentos, pero firmes, por el camino del
despeñadero. Venezolanos enceguecidos o ilusionados, de todos los estratos y
posiciones, se prestaron para tirar del
lujoso carromato del nuevo caudillo y arrastrarlo por encima del
bienestar del pueblo venezolano, de la destrucción de los valores de la
sociedad venezolana, de la destrucción de la economía de un país y
especialmente, de numerosos cadáveres de seres humanos que perdieron la vida a
consecuencia de su cruenta e infausta intentona de Golpe de Estado del 4 de
febrero, y posteriormente, a manos de la
criminalidad desatada con apoyos y
estímulos oficiales durante estos 17 años de desgracias y de penurias.
La grandeza
histórica del embalsamado (algunos lo llaman el difunto), fue tal, que supo
labrarse un puesto en la historia universal de los hechos increíbles: cual Cid
tropical, firmó decretos y dictó resoluciones después de haberse presentado a
las puertas del infierno solicitando su ubicación en una de las pailas donde
crujen los dientes y el llanto es eterno. Su muerte, irreparable, representó un
gran dolor físico y espiritual para sus seguidores, adláteres, paniaguados y
cortesanos, quienes ahora reclaman al Dios Creador el haberles arrebatado a su
segundo unigénito, el casi igualador de las glorias del mismo Jesús. El eterno
embalsamado falleció pese a los esfuerzos de los médicos antillanos. Sin
embargo, algunos comentarios de sus oligarcas opositores, ésta también pudo
haber ocurrido en el tiempo y fecha convenientes para aquel genio de la
política latinoamericana que, apercibido de las circunstancias políticas
venideras, maniobró hábilmente para asegurarse de que este oportuno hecho
ocurriera sólo después de asegurarse de que la elección del hombre que
sucediera al moribundo en la presidencia de nuestro país, fuera el adecuado
para sus propios intereses.
Nunca
deberíamos olvidar que el famoso embalsamado, hombre bajo y rastrero, fue un
celebrado botarate que, amparado en el omnímodo poder de una súbita y fácil
riqueza que no le perteneció, disfrutó ampliamente de los placeres mundanos:
viajó con gran boato por todos los pueblos
de Europa y de América, comprando a manos llenas plumas banales y fratricidas
que le permitieran justificarse ante los pueblos del mundo, para que la prensa
extranjera defendiera la labor del hombre malvado que había encadenado a la
prensa de su propio país. De su vulgar heredero, ni siquiera vale la pena hacer
referencia a semejante esperpento personaje de la política venezolana.
Lamentablemente, según El Libertador, “Cada pueblo tiene el gobierno que se
merece”
Lamentablemente,
según El Libertador, “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”.
¡AHORA LE CORRESPONDE A USTED, DECIDIR CUÁL ES LA MEJOR OPCIÓN!
Por mi parte, le aseguro que ésta es mi bandera:
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