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"DESDE MI GUATEQUE"
¡PRIMERO MUERTO QUE CACATÚO!
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"EL
FÚTBOL ES MEJOR QUE EL SEXO"
(Relato Inédito)
por Carlos G. Hernández R.
El otro día
nos encontrábamos en el estadio observando las habituales prácticas y
entrenamientos de “Los invencibles F.C.”, nuestro amadísimo equipo de fútbol
que esta temporada competía con notable éxito en el campeonato de Quinta
División de nuestro país. Los tres inseparables amigos: Juan Bimba, Pepe
Chancleta y yo, estábamos en la tribuna del estadio, presenciando el trabajo
físico y táctico de los jugadores, al tiempo que degustábamos unos deliciosos emparedados
con carne de cerdo que regábamos generosamente con sus correspondientes cervezas
bien frías. Mientras en la cancha los jugadores sudaban la gota gorda sometidos
al incesante trajín de los duros entrenamientos, nosotros, solidarios,
charlábamos incansablemente, acerca de los últimos acontecimientos que rodeaban
nuestro deporte preferido: el inigualable e incomparable Fútbol, el deporte de
las mayorías. Esta mecánica se repetía cada vez que nuestro amado equipo tenía
actividad.
Los
entrenamientos, a los que nunca faltábamos, se realizaban dos veces a la
semana: miércoles y viernes. Nosotros, Juan, Pepe y yo, jugábamos en el equipo
filial de veteranos y entrenábamos los martes y los jueves. Nunca hemos faltado
a ningún entrenamiento del equipo. Tampoco nos hemos perdido ningún partido
oficial o amistoso. ¡Nunca! Los sábados juega nuestra amada escuadra semi
profesional y los domingos juega nuestro glorioso equipo de veteranos. Insisto:
jamás hemos dejado de asistir a ningún
partido de Los Invencibles F.C. Nuestra
afición y lealtad al equipo, y al fútbol en general, era a muerte. En nuestras
casas sólo veíamos partidos de fútbol.
Nada de esas tontas ridiculeces de noticieros, programas de opinión, películas,
shows, ni espectáculos musicales. ¡Nada de esas míseras y enajenantes cosas
ajenas al fútbol! ¡Para nosotros, sólo fútbol! Nuestra vida giraba en torno al Fútbol. El Fútbol era nuestra razón de ser. Sólo
hablábamos de Fútbol de lunes a lunes y también los días de fiesta. Y cuando
mirábamos los noticieros, sólo nos interesaban las noticias sobre este
maravilloso deporte. Entre nosotros, nuestras conversaciones, comenzaban,
continuaban y terminaban hablando sobre las últimas novedades y resultados
ocurridos en el fútbol de todas partes del mundo. Respirábamos fútbol por los
cuatro costados: Los Messi, los Cristiano Ronaldo, los Falcao, Rooney, Xavy,
Iniesta, Ribery, y el enorme montón de jugadores famosos, eran nuestros héroes.
¡Oh! ¡Qué maravilloso es el fútbol!
Imagen tomada desde Internet
Cierto día,
nos reunimos, como de costumbre, para conversar y tomarnos un café Juan Bimba y
yo. Pepe Chancleta no había llegado del trabajo. Estaba retrasado. Más tarde se
integraría a la eterna discusión acerca de cuál equipo era mejor entre el
Barcelona, el Real Madrid, El Bayern, El Borussia, El Manchester United, el
Boca Junior, el River Plate y otros más que también estaban en liza.
Una vez
reunidos, hablando y hablando, pasaron unos cuantos minutos. La conversación
discurría, esta vez, por senderos tranquilos. No tenía la pasión y la
confrontación de otros días. Tal vez la ausencia de Pepe Chancleta pesaba
demasiado en nuestro ánimo. Tal vez hubiese otra razón, ¡No lo sé! Lo cierto es
que de repente Juan Bimba exclama al tiempo que me mira fijamente:
— ¡Tú sí
estás raro hoy! ¡Estás distraído! ¿Qué
te ocurre? ¿Tienes algún problema?
— ¡No,
vale! ¡No ocurre nada! –respondí con
presteza–. Yo estoy bien ¡Sólo son imaginaciones tuyas!
Realmente
yo no estaba en mi día. Me sentía preocupado, pero preferí no decirle nada a
Juan. Traté de ponerle más entusiasmo a la charla, más fue en vano. Había algo
que perturbaba mi tranquilidad, mi paz espiritual. Pero no me sentía con ánimos
de hablar de ello. La situación por la que estaba travesando, me producía gran preocupación.
Un rato
después, a pesar de mis esfuerzos para ocultar mi estado de ánimo, mi amigo
Juan termina por explotar:
— ¡Bueno,
vale! ¿Qué carajo te ocurre? ¡Y no me vengas con la vaina de que estás bien y
que sólo son mis imaginaciones! ¡A tí te ocurre algo! ¡A ver! ¿Qué ocurre
contigo? ¿Puedo ayudarte?
Ante la
insistencia de mi amigo, terminé por confiarle mi problema. Achicopalado,
comencé a relatarle el grave problema, la inquietud, que llevaba encima desde
hace algunos días:
—Lo que
pasa –dije–, es que mi mujer y yo acudimos al psicólogo hace varios días atrás.
Fuimos porque ella había venido insistiendo en que necesitábamos ayuda de un
especialista, de un consejero matrimonial. Tanto insistió en el tema que yo,
fastidiado, acepté y por fin fuimos a la cita.
— ¡Ajá! ¿Y
qué ocurrió? ¿Qué les dijo el psicoloco? –inquirió mi amigo Juan.
Con gran
incertidumbre, respondí:
—Después de
explicarle las razones por las que habíamos decidido consultar con un
especialista, María Bollitos, mi mujer, sacó una larga y detallada lista de
todos los problemas que, según ella, hemos tenido durante los veinte años de
matrimonio.
Mi amigo,
asombrado y sorprendido, preguntó:
— ¿Qué tu
mujer hizo qué?
Juan,
sorprendido e incrédulo, insiste en preguntar:
¿Estás
diciendo que María Bollitos presentó una lista de problemas matrimoniales?
¡Válgame Dios! –terminó por exclamar Juan Bimba.
— ¿Y que
decía la lista? Pregunta mi amigo preocupado.
—Ya no
recuerdo todos lo que decía en la lista. —Respondí—. Eran un montón de problemas.
Sólo recuerdo algunos de ellos, los más importantes:
—Absoluta
falta de sexo
—Poca
atención en la cama
—Falta de
intimidad
—Falta de
comunicación.
—Vacío
entre la pareja
—Absoluta
sensación de soledad por parte de María Bollitos.
—No
sentirse valorada
—No
sentirse amada
—No
sentirse deseada
—Ella se
compra ropa íntima sexy y yo ni me fijo cuando ella la usa.
Después de
enumerarle a mi amigo, los supuestos problemas conyugales esgrimidos por mi
mujer, profundamente perturbado, guardé silencio. Yo realmente no tenía ni la
más remota idea de que estas cosas pasaran por la cabeza de María Bollitos, mi
esposa. Yo realmente creía que ella era muy feliz con la vida que llevábamos.
Ante mi
silencio y turbación, Juan inquiere:
— ¿Qué hizo
el Psicoloco? ¿Qué dijo el consejero matrimonial?
Bueno, después
de mirarnos a la cara a los dos por unos minutos en silencio, el terapeuta se
levantó de su silla, se acercó lentamente a mi mujer y le pidió que se
levantara de la silla también. Luego, rodeándola con sus brazos, la besó
apasionadamente en la boca. La besó en el cuello y cerca de las orejas. Le
agarró los pechos y se los frotó delicadamente. Luego, después de meterle mano y
acariciarla por todas sus partes durante un buen rato, la recostó en el diván,
le quitó la ropa y pim, pum, pam, le hizo el amor por un buen rato, hasta
dejarla desfallecida y agotada en el
diván.
Yo,
atolondrado, sin perder ningún detalle de lo que hacía el hombre, los observaba
fijamente. Sin creer en lo que estaba ocurriendo ante mis ojos, presencié cómo
mi mujer suspiraba y gemía como una loca poseída por los demonios. Incluso, en tres
oportunidades, llegó a gritar mientras se convulsionaba violentamente como si tuviese
un ataque de epilepsia. Cuando el psicólogo termina, mi mujer, agotada y sin
fuerzas, se viste, se arregla el cabello y se sienta en la silla, todavía
aturdida. Yo le miré fijamente para ver si ella estaba enferma, pero su rostro solo
irradiaba paz y una gran felicidad. Incluso, me miró y me sonrió. Yo creo que estaba
apenada conmigo por sus convulsiones nerviosas.
Luego, el
terapeuta me mira a la cara y me dice:
—Esto es lo
que necesita su esposa, al menos tres veces por semana. ¿Cree que puede
repetirlo?
Yo lo
medité profundamente un momento y respondí, enojado:
— ¡Los
lunes puedo traerla, pero los demás días tengo fútbol!
— ¡El muy
gilipollas ese! ¿Acaso quiere que yo abandone el fútbol?
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