domingo, 16 de agosto de 2015

"EL FÚTBOL ES MEJOR QUE EL SEXO" (Relato Inédito) por Carlos G. Hernández R.

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"DESDE MI GUATEQUE"

¡PRIMERO MUERTO QUE CACATÚO!

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"EL FÚTBOL ES MEJOR QUE EL SEXO"
(Relato Inédito)
por Carlos G. Hernández R.
El otro día nos encontrábamos en el estadio observando las habituales prácticas y entrenamientos de “Los invencibles F.C.”, nuestro amadísimo equipo de fútbol que esta temporada competía con notable éxito en el campeonato de Quinta División de nuestro país. Los tres inseparables amigos: Juan Bimba, Pepe Chancleta y yo, estábamos en la tribuna del estadio, presenciando el trabajo físico y táctico de los jugadores, al tiempo que degustábamos unos deliciosos emparedados con carne de cerdo que regábamos generosamente con sus correspondientes cervezas bien frías. Mientras en la cancha los jugadores sudaban la gota gorda sometidos al incesante trajín de los duros entrenamientos, nosotros, solidarios, charlábamos incansablemente, acerca de los últimos acontecimientos que rodeaban nuestro deporte preferido: el inigualable e incomparable Fútbol, el deporte de las mayorías. Esta mecánica se repetía cada vez que nuestro amado equipo tenía actividad.
Los entrenamientos, a los que nunca faltábamos, se realizaban dos veces a la semana: miércoles y viernes. Nosotros, Juan, Pepe y yo, jugábamos en el equipo filial de veteranos y entrenábamos los martes y los jueves. Nunca hemos faltado a ningún entrenamiento del equipo. Tampoco nos hemos perdido ningún partido oficial o amistoso. ¡Nunca! Los sábados juega nuestra amada escuadra semi profesional y los domingos juega nuestro glorioso equipo de veteranos. Insisto: jamás hemos  dejado de asistir a ningún partido de Los Invencibles F.C.  Nuestra afición y lealtad al equipo, y al fútbol en general, era a muerte. En nuestras casas sólo veíamos  partidos de fútbol. Nada de esas tontas ridiculeces de noticieros, programas de opinión, películas, shows, ni espectáculos musicales. ¡Nada de esas míseras y enajenantes cosas ajenas al fútbol! ¡Para nosotros, sólo fútbol! Nuestra vida giraba en torno al Fútbol. El Fútbol era nuestra razón de ser. Sólo hablábamos de Fútbol de lunes a lunes y también los días de fiesta. Y cuando mirábamos los noticieros, sólo nos interesaban las noticias sobre este maravilloso deporte. Entre nosotros, nuestras conversaciones, comenzaban, continuaban y terminaban hablando sobre las últimas novedades y resultados ocurridos en el fútbol de todas partes del mundo. Respirábamos fútbol por los cuatro costados: Los Messi, los Cristiano Ronaldo, los Falcao, Rooney, Xavy, Iniesta, Ribery, y el enorme montón de jugadores famosos, eran nuestros héroes. ¡Oh! ¡Qué maravilloso es el fútbol!



Imagen tomada desde Internet
Cierto día, nos reunimos, como de costumbre, para conversar y tomarnos un café Juan Bimba y yo. Pepe Chancleta no había llegado del trabajo. Estaba retrasado. Más tarde se integraría a la eterna discusión acerca de cuál equipo era mejor entre el Barcelona, el Real Madrid, El Bayern, El Borussia, El Manchester United, el Boca Junior, el River Plate y otros más que también estaban en liza.
Una vez reunidos, hablando y hablando, pasaron unos cuantos minutos. La conversación discurría, esta vez, por senderos tranquilos. No tenía la pasión y la confrontación de otros días. Tal vez la ausencia de Pepe Chancleta pesaba demasiado en nuestro ánimo. Tal vez hubiese otra razón, ¡No lo sé! Lo cierto es que de repente Juan Bimba exclama al tiempo que me mira fijamente:
— ¡Tú sí estás raro hoy! ¡Estás distraído!  ¿Qué te ocurre? ¿Tienes algún problema?
— ¡No, vale! ¡No ocurre nada!  –respondí con presteza–. Yo estoy bien ¡Sólo son imaginaciones tuyas!
Realmente yo no estaba en mi día. Me sentía preocupado, pero preferí no decirle nada a Juan. Traté de ponerle más entusiasmo a la charla, más fue en vano. Había algo que perturbaba mi tranquilidad, mi paz espiritual. Pero no me sentía con ánimos de hablar de ello. La situación por la que estaba travesando, me producía gran preocupación.
Un rato después, a pesar de mis esfuerzos para ocultar mi estado de ánimo, mi amigo Juan termina por explotar:
— ¡Bueno, vale! ¿Qué carajo te ocurre? ¡Y no me vengas con la vaina de que estás bien y que sólo son mis imaginaciones! ¡A tí te ocurre algo! ¡A ver! ¿Qué ocurre contigo?  ¿Puedo ayudarte?
Ante la insistencia de mi amigo, terminé por confiarle mi problema. Achicopalado, comencé a relatarle el grave problema, la inquietud, que llevaba encima desde hace algunos días:
—Lo que pasa –dije–, es que mi mujer y yo acudimos al psicólogo hace varios días atrás. Fuimos porque ella había venido insistiendo en que necesitábamos ayuda de un especialista, de un consejero matrimonial. Tanto insistió en el tema que yo, fastidiado, acepté y por fin fuimos a la cita.
— ¡Ajá! ¿Y qué ocurrió? ¿Qué les dijo el psicoloco? –inquirió mi amigo Juan.
Con gran incertidumbre, respondí:
—Después de explicarle las razones por las que habíamos decidido consultar con un especialista, María Bollitos, mi mujer, sacó una larga y detallada lista de todos los problemas que, según ella, hemos tenido durante los veinte años de matrimonio.
Mi amigo, asombrado y sorprendido, preguntó:
— ¿Qué tu mujer hizo qué?
Juan, sorprendido e incrédulo, insiste en preguntar:
¿Estás diciendo que María Bollitos presentó una lista de problemas matrimoniales? ¡Válgame Dios! –terminó por exclamar Juan Bimba.
— ¿Y que decía la lista? Pregunta mi amigo preocupado.
—Ya no recuerdo todos lo que decía en la lista. —Respondí—. Eran un montón de problemas. Sólo recuerdo algunos de ellos, los más importantes:
—Absoluta falta de sexo
—Poca atención en la cama
—Falta de intimidad
—Falta de comunicación.
—Vacío entre la pareja
—Absoluta sensación de soledad por parte de María Bollitos.
—No sentirse valorada
—No sentirse amada
—No sentirse deseada
—Ella se compra ropa íntima sexy y yo ni me fijo cuando ella la usa.
Después de enumerarle a mi amigo, los supuestos problemas conyugales esgrimidos por mi mujer, profundamente perturbado, guardé silencio. Yo realmente no tenía ni la más remota idea de que estas cosas pasaran por la cabeza de María Bollitos, mi esposa. Yo realmente creía que ella era muy feliz con la vida que llevábamos.
Ante mi silencio y turbación, Juan inquiere:
— ¿Qué hizo el Psicoloco? ¿Qué dijo el consejero matrimonial?
Bueno, después de mirarnos a la cara a los dos por unos minutos en silencio, el terapeuta se levantó de su silla, se acercó lentamente a mi mujer y le pidió que se levantara de la silla también. Luego, rodeándola con sus brazos, la besó apasionadamente en la boca. La besó en el cuello y cerca de las orejas. Le agarró los pechos y se los frotó delicadamente. Luego, después de meterle mano y acariciarla por todas sus partes durante un buen rato, la recostó en el diván, le quitó la ropa y pim, pum, pam, le hizo el amor por un buen rato, hasta dejarla  desfallecida y agotada en el diván.
Yo, atolondrado, sin perder ningún detalle de lo que hacía el hombre, los observaba fijamente. Sin creer en lo que estaba ocurriendo ante mis ojos, presencié cómo mi mujer suspiraba y gemía como una loca poseída por los demonios. Incluso, en tres oportunidades, llegó a gritar mientras se convulsionaba violentamente como si tuviese un ataque de epilepsia. Cuando el psicólogo termina, mi mujer, agotada y sin fuerzas, se viste, se arregla el cabello y se sienta en la silla, todavía aturdida. Yo le miré fijamente para ver si ella estaba enferma, pero su rostro solo irradiaba paz y una gran felicidad. Incluso, me miró y me sonrió. Yo creo que estaba apenada conmigo por sus convulsiones nerviosas.
Luego, el terapeuta me mira a la cara y me dice:
—Esto es lo que necesita su esposa, al menos tres veces por semana. ¿Cree que puede repetirlo?
Yo lo medité profundamente un momento y respondí, enojado:
— ¡Los lunes puedo traerla, pero los demás días tengo fútbol!

— ¡El muy gilipollas ese! ¿Acaso quiere que yo abandone el fútbol?

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