Carlos G. Hernández R.
SINOPSIS
El joven Samuel, al asumir como
misión de vida, la lucha por el bienestar de sus hermanos, logra comprender el
significado de su propia vida y su percepción como un ser libre. Antes, el
amor, el miedo, las dudas, la muerte, el arrepentimiento y el perdón, marcan, profundamente,
al chico y a los otros protagonistas de esta interesante historia basada en
hechos de la vida real.
Samuel, Tita, Moncho, Cristina,
El Negro, Zaco, Ramiro y los demás personajes, nos muestran que, en medio de la
perfidia que puede albergar el corazón de un hombre, surgen, a veces, sentimientos
nobles que subyacen ocultos en el alma humana. Porque al final de cuentas, el
hombre no es completamente bueno, ni completamente malo. Sólo es un producto de
sus circunstancias.
¿Puede el amor salvar a un
hombre, de sus propias circunstancias?
“Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella
no me salvo yo”
José Ortega y Gasset
“El mundo entero se
aparta cuando ve pasar a un hombre que sabe adónde va”
“Amar no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en
la misma dirección”
Antoine de Saint-Exupery
“La felicidad de una persona consiste
en conocer cuál es su destino y cumplirlo cabalmente”
Anónimo
CAPÍTULO 1
Tita abandona el hogar
E
|
ntonces, mamá: ¿qué pasó con Tita?, pregunta el joven
— ¿A qué te refieres? –replica la madre.
—Me refiero a que esa muchacha ya lleva más de
dos meses en casa de la abuela Josefa. ¿Cuándo va a regresar a casa?
La mujer –a quien la pregunta de su hijo le
había tomado por sorpresa–, nerviosa, responde:
— ¡Pues no lo sé! Es muy probable que quiera quedarse
por allá un tiempo más. Un dejo de ironía
y amargura, que no captada por el chico, se percibe en la voz de la mujer.
Samuel, desconociendo la inquietud que su
pregunta había provocado en el ánimo de
su progenitora, da media vuelta y se aleja, pensativo, a completar las labores
que tiene programadas para ese día. Se siente preocupado. Su hermana Tita había ido de visita a casa de la abuela Josefa
y aún no había regresado a casa. Tenía entendido que la chica había ido
de visita de fin de semana y ya llevaba casi tres meses fuera del hogar. Lo que
más le extrañaba era la aparente tranquilidad con que su madre se tomaba la
ausencia de la hija. La chica, en ese
momento, estaba por cumplir quince años. El joven se había resignado al hecho
de que, por alguna razón, la muchacha
había abandonado sus estudios de educación media. Samuel había decidido que el siguiente
domingo iría en busca de su hermana. El chico se siente intranquilo por la extraña
ausencia de su hermana Tita. No puede establecer el motivo de su inquietud,
pero tiene la fuerte impresión de que algo no funciona bien en su familia.
Realmente no hay motivo alguno para sentirse inquieto porque su hermana menor
estuviese pasando unos días en casa de la abuela. Sin embargo, el joven experimenta una
desagradable desazón en su cuerpo, que de ninguna manera podría explicar si
alguien le exigiese justificaciones sobre la misma. Hacía ya poco más de un mes
que había regresado del extranjero, donde había pasado casi medio año
estudiando y trabajando arduamente para una empresa transnacional. Había tenido
que regresar precipitadamente al país. La empresa que le había otorgado una
beca para realizar un curso en el extranjero, repentinamente, había cerrado sus
puertas, liquidado sus activos y se había largado del país en medio de un gran
escándalo político y acusaciones de desfalco a varios clientes y entidades
públicas. Samuel, al igual que otros
becarios más, se había encontrado de pronto en medio de la calle, con
poco dinero, sin nadie a quien recurrir y en un país extraño. Afortunadamente, gracias a que había
restringido sus gastos al máximo, el chico había logrado ahorrar algo de
dinero; lo que le había permitido, a pesar de las dificultades, saldar sus
deudas y cancelar el boleto de avión. Desde que había regresado al país, tenía
la ilusión de ver de nuevo a sus hermanos; principalmente a Tita, su preferida. Pero ésta no estaba en casa. Cuando indagó
por ella, su madre le había respondido tranquilamente que la muchacha se había
ido a pasar unos días en casa de la abuela Josefa. Sin embargo, desde hacía
unos días atrás, el muchacho venía sintiendo en su interior que algo en su
familia no marchaba bien. Pero aún
ahora, no conocía la razón de su inquietud. Hasta ahora sólo era un mal
presentimiento.
Al llegar el domingo, Samuel se levanta de la
cama temprano y toma una ducha. Después de un ligero desayuno, sale de la casa
en busca de su hermana. Luego de un viaje
de hora y media en bus, arriba finalmente al sitio donde habita la abuela. Ésta reside en la parte más occidental de la
ciudad, en un sector conocido como “Los Almendros” en la periferia de la misma.
Al llegar frente a la casa de la abuela Josefa, el chico observa con ojos
críticos la desvencijada vivienda donde mora la anciana señora. Una casa en
completa armonía con casi todas las humildes viviendas del sector. El aspecto
descuidado y abandonado de la morada
provoca en el ánimo del chico, un sordo disgusto contra sus tíos, los hermanos
de su madre, por no haber sido capaces, hasta ahora, de suministrarle una casa
más digna para vivir a la mujer que les había dado la vida. Luego de llamar dos veces a la puerta, ésta se abre con brusquedad y el muchacho puede ver el
rostro malhumorado pero a la vez muy querido de la abuela. La anciana asoma la cabeza por un costado de la puerta y
casi con decepción dice:
— ¡Ah!, ¡eres tú!
— ¡Hola abuela! ¡Buenos días! ¿Cómo amaneció? –saluda
el muchacho haciendo caso omiso al tono despectivo con que la mujer responde a
su saludo.
La señora, tal como reacciona un perro viejo
cuando es molestado por inoportunos, deja escapar un gruñido y haciéndose a un
lado, le invita a pasar al interior de la casa regresando ella a sus labores en la cocina. Ignorando la
presencia de su nieto, masculla rezongos en voz baja como era habitual en ella.
Samuel, acostumbrado a este trato por parte de la vieja, espera pacientemente
apoyado en el marco de la puerta de la estancia, sabiendo que la abuela
cambiará radicalmente su trato de un momento a otro. El muchacho mantiene una relación de amor y
odio con la anciana. A veces siente un
profundo rechazo hacia ella, a causa de pequeños incidentes como aquel en el que
la señora, pasando una temporada en su casa, mientras lavaba unas ropas, sin
preámbulos, se había colocado de espaldas al muchacho, había levantado su falda y había orinado parada,
con las piernas abiertas, sobre la boca del desagüe; sin importarle la
presencia del muchacho, en ese entonces un niño de casi 7 años de edad, quien
en ese momento se sentía muy feliz de acompañar a la anciana mientras ésta
realizaba sus quehaceres. Este hecho, y la certeza de que la mujer no portaba
bragas, habían perturbado profundamente al niño de entonces y lo habían marcado
por el resto de su vida. Sentía que su
abuela se había desvalorizado ante sus ojos. Él, que con gusto, y con sumo orgullo, habría
presentado a la mujer ante el mundo como su abuela querida, ahora se sentía avergonzado
de tener a alguien en su familia que fuera capaz de hacer cosas como lo que presenció
en ese entonces.
Sin embargo, en ocasiones había llegado a
sentir un gran cariño y afecto hacia aquella mujer, aunque nunca se lo ha dicho.
O peor aún, nunca se lo había dejado entrever. Y este hecho lo hacía sentir como si
estuviera en eterna deuda con la anciana.
Durante cada una de las veces que había visitado a la progenitora de su
madre, había ido con la intención de abrazarla y hacerle mimos a la
anciana. Pero en su interior, el joven
estaba consciente de que su verdadero interés es que su nona lo abrazara a él y
le hiciera sentirse querido, amado. Sin embargo, la usual tosquedad, y las
pocas amables maneras que mostraba la vetusta mujer al recibirlo en casa, le
habían coartado al muchacho, cualquier posibilidad de demostrar el inmenso
cariño que el joven guardaba en su corazón hacia la anciana señora. Después de
un rato de tratar infructuosamente de establecer un diálogo ameno con su abuela
Josefa, y viendo la renuencia de ésta a abandonar su mal humor inicial, el
joven decide ir directamente al grano. Y
dirigiéndose a la mujer, declara:
—Abuela, yo vine a buscar a Tita. ¿Dónde está esa muchacha que aún no ha venido
a saludarme? ¿Acaso continúa durmiendo?
¡Si está durmiendo todavía, debería despertarla para que la ayude, pues
ya casi es mediodía!
La anciana, al oír las preguntas del joven
nieto se encabrita como un potro salvaje.
Y como si la amenazase una serpiente, responde:
— ¿Su hermana Tita? ¡Gua! ¡Aquí no está ella!
¡Ella no vive aquí!
El muchacho queda pasmado con la noticia. Tras
unos instantes de estupor, logra salir de su sorpresa y pregunta:
— ¿Qué Tita no está aquí? ¿Y entonces dónde
está?
La anciana mujer, casi analfabeta y con el
hablar característico de las gentes provenientes de los altos llanos orientales
del país, responde abruptamente:
— ¡Puej!
¡Búsquela onde la casa de la comae Carmita!
— ¿En
la casa de la Sra. Carmita? –pregunta el chico, sin entender lo que está
ocurriendo.
— ¿Y por qué habría de buscarla en esa casa? ¿Acaso Tita no está aquí con Ud.?, insiste el
muchacho sintiendo que un incipiente disgusto comienza a adueñarse de su
persona.
— ¡Puej, no! Ella no vive aquí –responde la
vieja señora con calma–. Y agrega:
— ¡Jace rato que se jue a viví pa allá abajo,
onde la comae Carmita!
Samuel, conteniendo su creciente disgusto a
duras penas, pregunta con voz pausada:
— ¿Y cuál es la casa de esa Sra. Carmita?
—Puej,
vaya por la escalera pa bajo y después de voltiá la esquina, es la primera
casa que tá pintada de verde. Allí vive la comae. ¡Dígale que Ud. es mi nieto!
–le advierte.
Samuel, sin despedirse de la anciana, sale inmediatamente de la casa y se dirige hacia
donde le había señalado su abuela. No
tarda en dar con la casa pintada de verde.
Sin detenerse a pensar en lo que diría, llama a la puerta. Al llamar por
segunda vez, la puerta se abre levemente y una mujer desgreñada, mal encarada y
con aspecto de recién salida de la cama, se asoma tratando de no permitir
miradas indiscretas del visitante al interior de la vivienda. El desaliñado aspecto de la mujer impresiona
al joven. Su cara, recién salida de la cama, es fea. Tan fea que Samuel, a
pesar de la intranquilidad que le embarga en ese momento, no puede evitar imaginarse
el susto del médico partero al sacarla del vientre de la madre.
— << Ese pobre médico debió pensar que
estaba sacando un tumor o un murciélago en vez de un bebé recién nacido >> –se dice a sí mismo.
Reponiéndose de su impresión inicial, Samuel
se presenta:
— ¡Buenos días! Disculpe la molestia señora,
pero yo soy Samuel Ortega. Soy nieto de la Sra. Josefa y hermano de Tita,
quien, según me informó mi abuela, está viviendo en esta casa. ¿Me haría Ud. el
favor de decirle a ella que su hermano Samuel la está buscando?
La mujer mira al chico detenidamente por unos
instantes y luego le dice:
— Espere
un momento. Y cierra la puerta con mucho cuidado. Tras una espera que le pareció interminable,
la puerta de la casa verde vuelve a
abrirse y la misma mujer que le había atendido antes, le invita a pasar y
señalando un sillón con la mano, dice:
— ¡Siéntese
en ese sillón!
La mujer le mira un instante en forma extraña.
Y diciendo entre dientes: ¡ya vienen para acá!, abandona la
estancia.
Samuel se sienta en el sitio indicado y
mientras espera a que alguien le atienda, observa con detalle el interior de la
sala donde se encuentra. Un leve ruido a
sus espaldas lo hace volverse, y al mirar hacia atrás, nota que una sábana
grande y gruesa colocada sobre un alambre extendido entre dos paredes, al final
de la pequeña sala, oculta una cama donde obviamente una o más personas aún duermen. Percibe un movimiento detrás de la cortina, como
si alguien estuviera agitando el aire mientras intercambia palabras ininteligibles
con otra persona. Instantes más tarde un
olor fétido invade el aposento donde el joven espera. En esa cama alguien había
dejado escapar un pestilente flato.
— <<¡Su puta madre! ¡Qué cerdos son!>> –piensa Samuel.
— << Ahora sólo falta que alguna persona
de la casa entre en este instante a esta sala de mierda y crea que yo soy el
poseedor de tan alegre y fiestero esfínter >> se dice a sí mismo.
Un rato después, penetra en la sala un hombre de mediana edad seguido de la misma
mujer quien se había lavado la cara y arreglado un poco el cabello y ahora lucía
un poco menos fea. El hombre saluda:
— ¡Buenos días! Y arrimando una silla, se siente
frente a Samuel y le espeta directamente:
— ¿Qué
desea Ud. y en qué podemos ayudarlo? El
joven se siente cohibido por la rudeza y sequedad del hombre. Pero, reponiéndose
rápidamente le explica las razones de su presencia en esa casa a tan tempranas
horas de un día domingo. El hombre
hablando con la misma pasión con que hablaría de algo molesto y sin valor, dice:
— ¡Su hermana Tita está viviendo con mi hijo!
Bueno, ¡con el hijo de mi mujer! Y señala a la mujer que se había sentado en
silencio sobre un taburete en una esquina de la sala.
Samuel, sorprendido, se queda alelado,
estupefacto, sin saber qué decir. Jamás habría esperado tan asombrosa noticia.
Sólo atina a preguntar, como si fuera una persona de escasa inteligencia:
— ¿Cómo?
— ¡Que su hermana se fue a vivir con el hijo
de esta señora! Responde impaciente el
hombre y vuelve a señalar a su mujer. ¡Pero esa niña ya estaba por allí
brincando desde hacía tiempo! –añade maliciosamente el sujeto.
Reponiéndose a duras penas, y sintiéndose como
quizá se sienten los boxeadores cuando reciben un golpe noble en la mandíbula
que los coloca al borde del nocaut, Samuel pregunta de nuevo:
— ¿Ud. está diciendo que mi hermana se fue a
vivir con un hombre?
El hombre, con cara de pocos amigos, responde
groseramente
— ¿Es que
tú no entiendes? ¡Sí, chico, se
fue! ¡Esa muchacha ya no vive aquí!
Samuel siente que la angustia lo invade. Su
rostro se torna rojo de la vergüenza.
— ¿Y dónde está Tita en este momento? –insiste el joven.
El hombre, al darse cuenta del estado de
angustia del muchacho, responde con un tono de voz un poco menos áspero:
— ¡No lo sé! ¡Hace como un mes que se fueron a vivir a otra
parte!
El hombre gira la cabeza hacia su mujer y la
mira en forma interrogativa. Ésta,
impertérrita, soporta la mirada escrutadora del marido sin pestañar. El tosco sujeto torna a mirar a Samuel
nuevamente y agrega:
— ¡Creo que esos dos están viviendo cerca del
puerto! Al menos, eso fue lo que dijeron
cuando se fueron de la casa.
— ¿Hace como un mes, dice Ud.? –pregunta con
asombro el chico.
El hombre muestra sus intenciones de
responderle bruscamente al muchacho. Pero observando el desconcierto que, con
absoluta claridad se manifiesta en la cara del joven, se contiene y afirma:
— ¡Sí! Hace como un mes, o tal vez más. Y mira
otra vez a su mujer como buscando que
ésta avale sus palabras. La fea mujer
permanece impasible y en silencio.
Samuel está pasmado. Siente una enorme
vergüenza por lo que acaba de escuchar.
Pero mayor es el dolor que desgarra su alma en ese momento al enterarse
que su querida hermana, su hermanita menor, la chica que siempre había sido su
predilecta, está viviendo ahora con un hombre que apenas conoce. A pesar de lo
que afirma el marido de la fea mujer, Samuel aún se niega a creer que su hermana
Tita haya sido capaz de semejante desafuero. ¡No! ¡Ninguna de sus hermanas
sería capaz de semejante barbaridad! ¡Y Tita, menos que nadie!
Anonadado, el chico se levanta del sillón como
un autómata. Tal es el desconcierto que
refleja su rostro, que aquel hombre, rústico y áspero por naturaleza, lo mira
compasivamente. La mujer, curiosa, lo observa fijamente con una mirada fría,
impávida.
Samuel, en medio de su desconcierto, entabla
una feroz lucha consigo mismo para evitar formular la importante pregunta que
una fuerza mayor que su voluntad, le impele a realizar. En su interior se libra
un feroz debate entre su raciocinio y el cariño que siente por su hermana. El hombre, al ver que Samuel permanece
callado, se levanta del asiento, indicando que la entrevista ha terminado.
— ¡Espere, por favor!, –suplica el muchacho al
ver que el hombre ya le daba la espalda.
— ¡Sé que la pregunta le parecerá estúpida!, pero…. ¿saben Uds. si ellos piensan casarse?.......
¿Hablaron algo al respecto?
Sólo después de haber formulado la insensata
pregunta, es cuando el atribulado joven se percata de la ridiculez de ésta. El
color granate que luce su rostro se intensifica ostensiblemente.
El hombre, sorprendido por la absurda pregunta
del muchacho, se dispone a soltar la carcajada. Sin embargo se contiene, y a cambio, observa fijamente al angustiado
chico mirándolo con ojos cruelmente burlones. Luego, responde con cierto tono
de reproche en su voz:
— ¿Casarse el hijo de ésta? ¡Qué va! ¡Muy
difícil que eso ocurra! Y comenzando a
alejarse hacia el interior de la vivienda, agrega:
— ¡A ese muchacho ahora es cuando le sobran
las mujeres! –y sin despedirse,
desaparece en el interior de la casucha.
La mujer, que había presenciado, impasible, el
desarrollo de la entrevista entre el hombre y el chico, se acerca al joven
visitante y dice:
—Mi hijo comentó con algunas personas de la
casa, antes de irse, que iba a vivir un tiempo con su hermana Tita y que si ella
le resultaba bien ya pensaría qué hacer con ella.
Ahora la mujer observa detenidamente al chico.
En su mirada se nota un pequeño atisbo de conmiseración.
Samuel se estremece al oír semejante
afirmación. Siente que las piernas se le aflojan y tiene que apoyarse en el
sillón. Siente como si le hubiesen dado un golpe en la boca del estómago que lo
había dejado sin aire y allí mismo comprende la magnitud de su tragedia en toda
su extensión. Se siente terriblemente humillado. En su interior, empieza a
sentir cómo crece un sentimiento nuevo.
Un sentimiento contra el que siempre había luchado, pero que ahora crece
en su corazón y nota que no tiene fuerzas suficientes para frenarlo: ¡odio! La
semilla del odio ha comenzado a anidarse en su corazón. Siente que, aún sin
conocerlo todavía, detesta al hombre que se ha llevado a su
hermana. Odia a esa fea y desagradable mujer. Odia a la abuela Josefa por haber
ocultado lo que estaba ocurriendo. Odia a su madre por haber permitido que su
hermana abandonara la casa materna. ¡En ese momento odia todo y a todos!
¡Incluso a su propia hermana Tita! Entiende que en esa casa no queda nada que
hacer y se dispone a marchar. Se obliga a aparentar una calma absoluta. Calma
que está muy lejos de sentir. Antes de girar para dirigirse a la puerta de
salida, mira hacia donde antes había escuchado el ruido y, asombrado, observa
dos caras que se asoman por un lado de la cortina: un muchacho muy joven,
casi adolescente y una chica también muy joven, casi una niña,
que lo miran con curiosidad y según le pareció, hasta con burla. Además del odio incipiente que le inspira la
mujer, ahora también siente un profundo desprecio hacia ella. Mira a la mujer directamente a la cara,
tratando de no reflejar en su mirada toda la aversión que en ese momento se
anida en su alma. De pronto siente nauseas.
Logra controlarse y sin despedirse sale de la casa. Necesita urgentemente respirar aire fresco.
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