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"DESDE MI GUATEQUE"
¡PRIMERO MUERTO QUE CACATÚO!
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"DESDE MI GUATEQUE"
¡PRIMERO MUERTO QUE CACATÚO!
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NUESTRA FELIZ Y ALEGRE TRAGEDIA
por Carlos G. Hernández R.
(a) Elmor Zillón Blanco
El escribidor que vino de la oscuridad
por Carlos G. Hernández R.
(a) Elmor Zillón Blanco
El escribidor que vino de la oscuridad
El venezolano por dentro
Esta es una historia que podemos calificar de "Llover sobre mojado", en la cual se retrata la manera de pensar y sentir del venezolano actual. Quizá, algún día, podamos adquirir conciencia sobre nuestras acciones como individuos y como sociedad. Cuando eso ocurra, entonces tal vez podamos transformarnos en un verdadero país, en una verdadera nación orgullo de todos los venezolanos.
(Como no todo puede ser negativo, puedes disfrutar de los vídeos enlazados)
— ¡Bien! –exclama el hombre
medianamente satisfecho–, ya que nos pusimos de acuerdo con el trabajo de reparación
que quiero que hagas en mi cacharrito, entonces
hablemos de costos:
— ¿Cuál es el costo de ese
trabajo? ¿Cuánto me vas a cobrar? –pregunta el cliente
El encargado del taller enciende
su computadora mental y efectúa los correspondientes cálculos de las variables
que debe llevar todo buen presupuesto que se precie de ser serio: costos, mano
de obra, materiales, transporte, acarreos, desayunos, almuerzos, cenas,
cervezas, cines, probabilidades de lluvia y cita con el médico. Y en menos de lo que canta un gallo, lo tiene
listo, impreso y editado. Luego dice, como restándole importancia al asunto:
— ¡Ese trabajo le saldrá en
exactamente en más o menos tres millones y medio de bolivarianos! Tal vez un
poco más. Si quiere que use pintura de primera calidad, le saldrá exactamente
como un millón más. ¡Usted dice!
Nuestro amigo, José Antonio Viva
Lapepa, el dueño del automóvil objeto de la negociación, acusa el impacto que
le produce el monto del presupuesto mental que le ha presentado el encargado
del taller de latonería y pintura, por lo que su rostro adquiere cierto tinte
dramático. El hombre está perfectamente consciente de que su coche, con sólo un
año de uso, todavía luce en excelente condiciones. Un instante después,
reacciona y expresa su queja:
— ¡Coño, vale! ¡Te estás
afincando durísimo! ¿Por qué tan caro?
El otro replica:
— ¡Usted sabe cómo está la vaina
de cara! ¡No es culpa mía! ¡Los repuestos están por las nubes!
El encargado o propietario del
taller guarda silencio mientras observa con
mirada neutra el rostro del acongojado cliente. –Éste realmente no sabe si está
negociando con el propietario del taller o con un empleado del mismo–.
Mientras el cliente medita unos
segundos sobre la conveniencia de dejar su automóvil en ese taller o buscar
otro sitio más económico para realizar el trabajo de repintar el coche que sólo
presenta algunos pequeños rayones en algunas que otras partes de su carrocería,
el encargado, veterano en estas lides de regateos, simula perder interés en el
negocio y comienza a ordenar unas herramientas que están colocadas perfectamente en su sitio. Luego,
se introduce en un coche y manipula algunos comando del mismo constatando su
buen funcionamiento. Mientras realiza estas operaciones, el encargado del
taller no pierde de vista, ni un instante, la actitud del potencial cliente.
Ésta le indicará si debe bajar el precio a convenir o mantenerlo a toda costa.
Unos momentos después, el cliente
se decide:
—Bueno, está bien. Voy a dejarte
el auto. ¿Cuánto tiempo te tardarás en repintarlo y dejarlo como nuevo?
— ¡Ese trabajo se lleva
exactamente como un mes, tal vez un poco más! ¡Pero yo trataré de tenerlo
listos antes!
Y como si sirviera de consuelo,
ofrece:
— ¡Cualquier cosa, yo le aviso!
— ¿Y por qué necesitas tanto
tiempo si el auto no tiene nada qué reparar? ¡Sólo unas pequeñas rayas aquí y allá!
–inquiere el cliente angustiado ante la posibilidad de no contar con su amado
vehículo durante ese lapso de tiempo.
— ¡Es que primero debo terminar
estos coches que están antes que el tuyo!
— ¿Y no te lo puedo traer en
cuanto vayas a meterle mano? ¡Así no me quedo
de peatón durante tanto tiempo! –alega el cliente con cierto sentido
común.
—Yo tengo que tener el vehículo aquí
para ir trabajándolo con tiempo. Mire que del apuro sólo queda el cansancio
–alega el encargado con una sonrisa en los labios.
— ¡Bueno, está bien!
Ahora el hombre del taller da la
estocada final:
— ¡Tiene que cancelar el 50% del
costo del trabajo por adelantado!
Más tarde, poco después del mediodía, José Antonio charla
animadamente con su gran amigo Juan Pachanga, quien al saber el costo de la
repintada del automóvil de su compañero de juergas y parrandas, inquiere:
— ¿Y por qué no lo llevaste al
taller de “Melao de caña”? ¡Él te lo hubiese repintado
a un precio más económico! ¡Ese tipo es una mamy blue,
como dicen los gringos, para cobrar!
El otro, interesado, pregunta:
— ¿Y dónde tiene el taller ese
carajo?
—En la carretera de El Guayabo.
Antes de llegar a la encrucijada hay una vía a la derecha. Te metes por allí y
ruedas como 5 kilómetros. Antes de llegar a la curva hay un portón azul desteñido.
Bueno un poco más adelante. Junto a un letrero que dice: “Chávez y el gocho son
los mismos burros mochos”. Un poco más
allá hay una mata de mangos verdes. ¡Ahí es la vaina!
José Antonio, quien ha tratado de
seguir las indicaciones de su amigo, dice, un tanto preocupado:
— ¡Esa vaina como que queda muy
lejos! ¡Mejor me quedo tranquilo!
— ¡Pero es que ese carajo es un
tiro al suelo, mano! –Exclama Juan Pachanga–. ¡Ese tipo es un machete arreglando
carros!, e insiste:
—Si no le llevas el bicho a ese
jodedor, no sé… ¡es que te patina el güiro, pana! ¡A ti lo que
te gusta es una polkka
— ¡A mí lo que me da arrechera es
los talleres son unos ladrones, pana! ¡Por cualquier mariquera te quieren
cobrar una pelota de real! ¡Son unos
ladrones corruptos esos bichos! ... ¡Su madre! –dice, enojado, José Antonio.
— ¡Bah! ¡No le pares bolas a eso,
que los billetes se consiguen facilito! ¡Con tres o cuatro contenedores que les des salida en el puerto, levantas el
dinero y aún te queda para unas cuantas frías!
— ¡Bueno, eso sí es verdad!
–reconoce José Antonio, mientras continúa devorando el delicioso asado que tiene
en el plato.
Después de unos momentos en
silencio, el hombre pregunta:
— ¿Qué tal están tus mariscos?
— ¡Esta mierda está del carajo! ¡A
vaina pa sabrosa, estos bichos! ¡Están riquísimos! –responde el otro.
De pronto, José Antonio,
inquiere:
— ¿Y cómo vas a hacer para no ir
a trabajar hoy en la tarde? Recuerda que hoy es jueves y es día de audiencias
en el departamento donde estás chambeando. ¿Qué piensas hacer con el gentío que
debe estar esperándote?
— ¡Ah! ¡No le pares bolas a eso!
¡Qué se jodan! ¡Que vengan la semana que viene!
Juan Pachanga continúa comiendo y
de pronto, aún con la boca llena de comida, pregunta:
— ¿Quién coño va a estar pensando
en trabajo y en deberes con ese par de mujeres que nos están esperando para ir
al show del tal EmilioLovera 2013 ~ Stand Up?
¡Esas bichas lo que están es bien buenas!
El hombre termina de tragar el
bocado de alimento y limpiándose la boca con el extremo de la corbata, exclama:
— ¡La vida es una sola, men! ¡Y
hay que disfrutarla al máximo! Además, esta vaina no va a durar toda la vida y
hay que aprovechar las oportunidades. ¿No crees tú? ¡Los perros chismosos
que se vayan a echar vaina pa otro lado, mano!
José Antonio Viva Lapepa, asiente
con la cabeza y sonriendo exclama:
— ¡Tienes mucha razón, compinche!
¡Los enfermos que se vayan con el poder de su escala pentatónica a joder a otro lado. O mejor
dicho, ¡que los enfermos se vayan a la porra que el hospital se cayó!
Ahora ambos hombres celebran la
vida fácil que les ha tocado llevar a cuestas. El primero de ellos dice:
—Si mi jefa me pregunta que en
dónde estaba, le digo de frente: ¡Mira mi amor, yo vengo de un novenario
rezando por ti porque a pesar de que eres fea pero te quiero! ¡Y con eso resuelvo el
asunto!
Y concluye diciendo:
— ¡Entre bomberos no nos pisamos
la manguera! ¡Ella sabe cómo es todo! ¡A la verga, que pa eso soy zuliano!
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